EL VASO ROTO Y OTRAS LEJANÍAS
Que el mundo más desconocido puede ser el más próximo no es ningún secreto. En la tradición fotográfica más extendida hay dos clases de fotógrafos. Los que nos quieren acercar lo que está lejos y los que nos quieren “alejar” lo cercano. Desde luego, esas dos no son las únicas opciones. Las posibilidades van, sin queremos, mucho más allá. Estarían, por ejemplo, los que nos quieren certificar que lo alejado está mucho más alejado de lo que creemos, y aquéllos que parecen decirnos que lo próximo está tan encima de nosotros que ni siquiera lo vemos por formar parte inseparable de ese “nosotros”.
Existe una distancia tan corta que quizás nos impide una visión “natural” de las cosas. Los fotógrafos sabemos que hay un mínimo para el enfoque, desde luego, pero me estoy refiriendo, naturalmente, a la existencia de una distancia “emocional” mínima: cuando lo cercano pasa a ser íntimo, una suerte de velo pudoroso sitúa las cosas en un plano oculto, o casi. Es una imposibilidad emparentada, convengámoslo, con su contraria, la que nos ratifica una familiaridad especial con lo que está al otro lado del mundo, haciendo más fácil el diálogo visual. Así, fotográficamente, puedo compartir muchos aspectos de mi condición humana con un esquimal o con un maorí, y puedo desconocerlo todo de mi vecino más cercano, del objeto más humilde del que me sirvo todos los días y de mi mismo.
Carlos Cánovas
SANTI AYUSO
soledades
volver